El autor de Campo Guacho es Polo Godoy Rojo, nacido en San Luis en 1914, en Santa Rosa de Conlara. El narrador, poeta y docente rural es un gran observador de la pobreza, la orfandad, el abandono de la tierra, la corrupción del poder, la degradación, las esperanzas y las miserias… aunque también logró plasmar la alegría en esta obra. Su alma sensible fue impresionada por el sufrimiento de los niños y los hombres y las mujeres de campo condicionados por el entorno físico y social en su San Luis natal.
Es la voz de aquellos que han sido desheredados en aras de un falso progreso que convertirá al terruño en la nada misma y que sin embargo nunca abandonarían su lucha por sobrevivir y su resistencia al opresivo sistema que los asfixia.
A temprana edad, Florián pierde a su padre y su madre, doña Jesús, queda al mando de su familia, ante un panorama económico funesto. Así se inicia para el protagonista un camino de carencias y mezquindades que lo acompañarán por el resto de su vida. Sin embargo, doña Jesús será la encargada de transmitir con gran sensibilidad el legado moral, cultural y criollo, el amor al terruño y la dignidad.
Quinta parte
Florián llegó a Santa Fe, y fue peón de la estancia de un propietario que tenía los mejores caballos para montar de la zona. Cuando el encargado se enfermó, el joven lo reemplazó, y realizó su trabajo con tanto esmero, que su patrón le tomó simpatía.
Día tras día, Florián recibía cartas de María diciendo que lo esperaba. Y también de su madre, que le informaba sobre la tempestad que arruinó la cosecha. Fue de este modo que su jefe se enteró de que había dejado una novia en el pago. Y decidió ayudarlo; le dobló el sueldo y le enseñó a manejar un auto. Todo era bello y prometedor. Compró muebles y ahorró todo lo que podía para llegar a cumplir su sueño. Quería traer a sus queridas mujeres junto a él.
Cierta tarde le fue encomendada la tarea de entregar un documento de su patrón y retirar correspondencia. Allí encontró una carta de María, que le decía que simplemente había dejado de quererlo. Y así lo confirmó su amigo Pantas. María lo engañaba con un tal Reyes. El mundo se desplomó ante él, se sintió burlado. Preso de una furia incontenible, manejó como un autómata y resolvió matar a la mujer que lo traicionó. Compró un revólver, lo cargó y volvió a la estación. Subió al tren dispuesto a cumplir su cometido.
En eso estaba, cuando un hombre se acercó y le hizo ver que no valía la pena. Don Elías arrojó el revólver y siguió su camino. Pero la vergüenza le impidió volver a sus pagos. Sus esperanzas estaban muertas.
Ya no rezaba. Y pensaba que su vida no valía nada, pero el recuerdo de su madre lo alentó; recordó que le había dicho que cerca de la estación, vivía su tía Nica.
Llegó a la modesta casita; la mujer lo abrazó y le consiguió otro trabajo. Ahora era peón de cargas en una cerealera, por un miserable sueldo y con patrones muy egoístas. Además, su tía tenía muy mal carácter, y era preferible no estar cerca durante sus arranques de cólera contra sus hijos, al verlos tan incapaces de ganar el sustento.
La vida del puntano Florián no era fácil, pero el destino lo acercó a Ana, con quien inició una amistad. La chica quería irse de ese lugar sin casarse. Florián sabía que su madre no lo aprobaría, e imaginó su sentencia: “en cuanto sienta calor por otro, igual lo arrojaría a usté, a sus hijos y a quien viniera”. Pero Florián estaba cansado de la tía Nica y ya no confiaba en sus primos. Entonces decidió alquilar una pieza y llevarse a Ana.
Su vida en la casa de Nica y con ese trabajo era muy triste. Otra vez se mudó a otro pueblo, para trabajar en unos galpones junto a su primo José. Hombrear bolsas era un trabajo duro, pero les supuso una suma de dinero importante. Su primo dilapidó su parte y le pidió en préstamo unos 300 pesos que nunca devolvió. De nuevo, Nica se desató contra Florián, que debió confesar lo sucedido. La furibunda mujer trajo a José y le lanzó todo tipo de objetos. Lo echó de su casa. Y luego se arrepintió, echándole la culpa a Florián por haberle prestado dinero para jugar.
Claudia Ortiz